lunes, 17 de diciembre de 2012

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Arpirad a los bienes eternos, no a los de la tierra.

Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense
Sermón I para el Adviento  (SC 166)


"Esperanza de las naciones"
    ¡Tú eres el esperado de las naciones! (Gn 49,10 Vulg) Los que te esperan no quedarán confundidos. Nuestros padres te esperaron; todos los justos, desde la creación del mundo, han esperado en ti; y no los has defraudado (cf Sal. 21,5)...

    La Iglesia que esperaba en los antiguos padres el primer advenimiento de Cristo, espera igualmente el segundo en los justos de la nueva alianza. Estando segura de que el primer advenimiento traería el precio de nuestra redención, espera segura que el segundo advenimiento traerá la recompensa. Pendiente de esta espera, esta esperanza que sobrepasa todo lo terreno, la Iglesia aspira con un gozo ardiente los bienes eternos.

    Mientras otros se apresuran a buscar su felicidad en las cosas terrenas sin esperar que se cumplan los designios del Señor, mientras se precipitan hacia las riquezas  que el mundo puede ofrecer, aquel que tiene la dicha de poner su esperanza en el Señor no fija su mirada en las cosas vanas y engañosas de la tierra. Sabe que vale más ser humillado con los mansos que participar en el botín del mundo con los orgullosos. El humilde se consuela diciéndose a sí mismo: “Mi herencia es el Señor. Lo esperaré. El Señor es bueno para los que esperan en él, para los que le buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios. Señor, es verdad, mi alma desfallece esperando tu salvación; pero, el Señor es mi lote, por eso espero en él” (cf Lam 3,24; Sal 118,80). Aunque tarde, lo esperaré, porque vendrá en su momento.     




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