viernes, 18 de enero de 2013

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Meditar con los Salmos (Salmo 3)


RITMOS DE VIDA

Señor, cuántos son mis adversarios, cuántos los que se alzan contra mí!
3. ¡Cuántos los que me dicen: "Ya no tienes en Dios salvación"!
4. Mas tú, Señor, eres mi escudo, mi gloria, el que levanta mi cabeza.
5. Tan pronto como llamo al Señor, me responde desde su monte santo.
6. Yo me acuesto y me duermo, y me levanto: el Señor me sostiene.
7. No le temo al pueblo que me rodea, que por todas partes me amenaza.
8. ¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, oh Dios mío! Tú golpeas en la cara a mis enemigos y a los malvados les rompes los dientes.
9. La salvación viene del Señor, que tu bendición venga sobre tu pueblo.


SALMO 3


«Me acuesto y me duermo..., y vuelvo a despertar».
Ese es mi día, Señor, esa es mi vida. Los ritmos de mi cuerpo a tono con los ritmos de tu creación, con las estrellas de noche y con el resplandor de tu luz durante el día. Tuyo soy cuando traba-jo y tuyo cuando duermo; tuyo cuando me mantengo de pie en la postura que me hace hombre y me permite mirar al cielo, y tuyo cuando me acuesto, con cansancio en el cuerpo y confianza en el alma, y me tumbo sobre la tierra que tú has creado para que me sostenga durante la vida y me reciba en la muerte, amparando mi cuerpo cuando tú recibas mi alma.
Iníciame, Señor, en los ritmos de la creación, en la intimidad con la tierra que sostiene mis pasos y el aire que llena mis pulmones. Iníciame en la sabiduría de las estaciones, los caminos de las estrellas, el ciclo de la luz y la sombra, y enséñame así la lección fundamental, que siempre me repites y nunca acabo de comprender, de que, tanto como en la naturaleza, también en la gracia hay idas y venidas, día y noche, invierno y verano, marea alta y marea baja, alegría y tristeza, entusiasmo y escepticismo, certeza y dudas, sol y tinieblas.
Hace falta valor para ponerse de pie, y hace falta valor para acostarse. Y, más que nada, hace falta valor para aceptar la vida entera como un ciclo de levantarme y acostarme, como una trayectoria ondulante a la que he de adaptarme arriba y abajo, una y otra vez, en compañía del sol y la luna y los cielos y los vientos. Enséñame a respirar al unísono con la creación entera, Señor, para entrar de lleno en los ritmos de tu amor.
«De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo.
CARLOS G. VALLÉSBusco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 15

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